sábado, 31 de marzo de 2007

El encuentro (III)

El templo, por fin, había quedado vacío. Cualquiera diría, viendo el silencio y el orden reinante, que cientos de personas habían pasado por allí a lo largo de la mañana. De nuevo la iglesia había sido un hervidero de gente donde se mezclaban hermanos con medalla, chavales de chaqueta azul, políticos en precampaña, curiosos, padres con carritos, devotas, curas, ilustres visitas con ofrendas de flores y algún que otro turista despistado. Y en medio de todos ellos, él. Ha pasado toda la mañana de un lado para otro, recogiendo flores, besando anillos cardenalicios, respondiendo preguntas mil veces repetidas, entregando papeletas a los rezagados de siempre, repasando listados…Y cuando el publico se fue, a preparar la salida: mover bancos, repartir cirios por tramos, colocar insignias y varas, buscar el correaje que nunca aparece, revisar canastos de diputados…Todos sabían lo que tenían que hacer, pero él no ha parado de dar instrucciones yendo de un lado para otro. Ha revisado mil veces hasta aquellos detalles que dependían de sus compañeros, que ya empezaban a mirarlo mal.
Pero ya no hay nadie. Está solo. El resto de compañeros anda en la casa de hermandad tomando una copa antes de ir a casa a almorzar y vestirse. Pero él se ha quedado. Quería estar a solas. Aun le falta algo por hacer: colocar el listado. Lo ha dejado para el final a posta. Va pegando cada hoja en el tablón sin prisas, recorriendo con la mirada nombres y apellidos que ya le son familiares, unos conocidos y otros no. Cuando termina se queda mirándolo durante un largo rato. Piensa en todos los años pasados allí, desde que empezó limpiando plata siendo un chaval que no conocía a nadie hasta el momento en que hace un año le propusieron entrar en la Junta. Han sido muchas vivencias, muchos los amigos, las emociones, los buenos momentos y algunos también los sinsabores, que de todo ha habido y habrá. Pero este año es distinto, como este año no ha vivido ninguno, este año sabe que vivirá algo especial, algo por lo que ha renunciado a sus privilegios.
Mira el reloj, es hora de irse, su mujer de nuevo volverá a reñirle por llegar tarde, como tantas noches de montaje o reparto. Apaga las luces y cierra el viejo portalón. Dentro deja un tablón con un listado en el que de nuevo, después de muchos años, hay cuatro nombres que llevan su mismo apellido.

jueves, 29 de marzo de 2007

El encuentro (II)

Los últimos rayos de sol se colaban por la ventana del salón, iluminando levemente la estancia. Que sol tan distinto al de su ciudad, pensaba el hombre, que apoyado en el alfeizar de la ventana, miraba el ajetreado ir y venir de la gente. Que ritmo tan distinto al de su ciudad. En su mirada había una mezcla de melancolía, añoranza y, aunque él mismo pensara que no, de ilusión. Se volvió hacia el interior de la estancia entornando los ojos para acostumbrar los ojos al cambio de luz. En el centro de la habitación, sobre la mesa de comedor, había una maleta a medio hacer. Un niño moreno, cuyos rasgos recuerdan levemente al hombre de la ventana, revisaba una lista escrita en una cuartilla.
- ¿Lo llevas todo? – pregunto el padre alejándose de la ventana
- Creo que si – respondió el hijo sin dejar de observar la lista.
El padre se coloco tras de él, como si leyera la lista por encima de su hombro, pero en realidad observaba a su hijo. Pensaba en unos años atrás, cuando por trabajo se trasladaron a otra ciudad y el temió que su hijo no lo aceptara, que se rebelara, pero no fue así. Dejo su colegio, sus amigos, su barrio y todo lo acepto con una entereza sorprendente para su edad. Pero le hizo prometer una cosa: que cuando tuviera la edad suficiente volverían para cumplir su ilusión. ¿Quién podía negarse?
Lo miraba y se veía a él mismo hace ya demasiados años, con la misma ilusión, esa que el tiempo le había quitado. O al menos ocultado. Desde navidades el niño no pensaba en otra cosa más que en este momento, sabedor de que este año por fin el calendario estaba a su favor. Cada semana se media, para asegurarse que las medidas que le tomo la abuela en su ultima visita estaban bien. Cada noche, a través de internet, escuchaba el programa de radio que lo acercaba un poco mas a su sueño. En su cuarto, la música que tanto molestaba a su madre se había tornado en sonido de trompetas y repicar de tambores. Y en la casa el ambiente era otro desde que a mediados de febrero le dio por encender el quemador con forma de chimenea de La Cartuja que su abuela, siempre su abuela, le había regalado por Reyes junto a una caja con carbones e incienso.
- Ya nos podemos ir – dijo el niño tachando lo ultimo de la lista
- Pues avisa a mama y nos vamos
Mientras cerraba la maleta de su hijo pensaba en que sentiría al volver de nuevo, al repetir el viejo rito que abandono hace mucho y al que volvía por su hijo. Si no fuera por él seguramente no volvería en estas fechas, se iría de viaje con su mujer como tantas veces. Pero no pudo negarse cuando su hijo le pidió que le acompañara. Y en el fondo, aunque no quisiera reconocerlo, él quería acompañarlo.
- ¿Nos vamos? – su mujer y su hijo lo miraban desde la puerta
- Vámonos

martes, 20 de marzo de 2007

El encuentro (I)

La lluvia no cesa fuera y el cielo de un gris plomizo no hace pensar que vaya a cambiar la situación. En el interior de la moderna oficina un hombre mira el monitor del ordenador con atención, intentando descifrar lo que le dicen los datos que tiene ante él. No presta atención a la lluvia, esta acostumbrado, aquí llueve durante todo el año. Sin embargo el monitor al que tanta atención presta si que habla de nubes, claros, chubascos y borrascas. Tan atento esta que ni se da cuenta de que su secretaria ha entrado en la habitación, a pesar de que esta ha tropezado con la pequeña maleta que hay junto a la puerta.
- Aquí esta tu billete – dice la secretaria doliéndose aun de la espinilla.
- Gracias Margaret – responde el hombre en un perfecto inglés a pesar del cual se le nota un fuerte acento español.
- Sales a las ocho, así que deberías irte ya.
- Tienes razón, llámame un taxi por favor.
- Ya lo he hecho.
- Tu siempre tan eficiente.
El hombre se levanta y se dispone a ponerse la chaqueta y la gabardina. Tiene treinta y tantos años, el pelo moreno al que ya asoman algunas canas y una estatura media, ni alto ni bajo. Margaret le ayuda a ponerse la gabardina, es algo mas baja que él, rubia, de tez blanca, veintitantos largos y esta enamorada de él. Y para que el tópico sea completo, él ni se da cuenta. Le da la maleta y se despiden hasta dentro de una semana. Antes de dejar el despacho se dispone a apagar el ordenador que él ha dejado encendido. Al hacerlo observa la página que esta en pantalla: la previsión metereológica para toda la semana de la misma ciudad que figura como destino en los billetes que le acaba de dar a su jefe.
El taxi se mueve lento entre la lluvia y el tráfico. Acaba de pasar Trafalgar Square e intenta salir del centro para dirigirse al aeropuerto. En el asiento de atrás nuestro hombre mira el reloj con preocupación. Tiene tiempo de sobra, pero no quiere ni pensar en perder ese avión. Finalmente el taxi llega al aeropuerto y el hombre se presura al mostrador de facturación por la tarjeta de embarque. No va a facturar nada, solo lleva equipaje de mano porque allá donde va tiene todo lo que le hará falta. Al llegar al mostrador saca la cartera y le entrega el billete a la azafata. Cuando esta le alarga la tarjeta de embarque ha de llamarlo varias veces: ensimismado, ajeno a todo, mira la vieja foto descolorida por el tiempo que guarda bajo el rayado plástico del interior de la cartera.