jueves, 29 de marzo de 2007

El encuentro (II)

Los últimos rayos de sol se colaban por la ventana del salón, iluminando levemente la estancia. Que sol tan distinto al de su ciudad, pensaba el hombre, que apoyado en el alfeizar de la ventana, miraba el ajetreado ir y venir de la gente. Que ritmo tan distinto al de su ciudad. En su mirada había una mezcla de melancolía, añoranza y, aunque él mismo pensara que no, de ilusión. Se volvió hacia el interior de la estancia entornando los ojos para acostumbrar los ojos al cambio de luz. En el centro de la habitación, sobre la mesa de comedor, había una maleta a medio hacer. Un niño moreno, cuyos rasgos recuerdan levemente al hombre de la ventana, revisaba una lista escrita en una cuartilla.
- ¿Lo llevas todo? – pregunto el padre alejándose de la ventana
- Creo que si – respondió el hijo sin dejar de observar la lista.
El padre se coloco tras de él, como si leyera la lista por encima de su hombro, pero en realidad observaba a su hijo. Pensaba en unos años atrás, cuando por trabajo se trasladaron a otra ciudad y el temió que su hijo no lo aceptara, que se rebelara, pero no fue así. Dejo su colegio, sus amigos, su barrio y todo lo acepto con una entereza sorprendente para su edad. Pero le hizo prometer una cosa: que cuando tuviera la edad suficiente volverían para cumplir su ilusión. ¿Quién podía negarse?
Lo miraba y se veía a él mismo hace ya demasiados años, con la misma ilusión, esa que el tiempo le había quitado. O al menos ocultado. Desde navidades el niño no pensaba en otra cosa más que en este momento, sabedor de que este año por fin el calendario estaba a su favor. Cada semana se media, para asegurarse que las medidas que le tomo la abuela en su ultima visita estaban bien. Cada noche, a través de internet, escuchaba el programa de radio que lo acercaba un poco mas a su sueño. En su cuarto, la música que tanto molestaba a su madre se había tornado en sonido de trompetas y repicar de tambores. Y en la casa el ambiente era otro desde que a mediados de febrero le dio por encender el quemador con forma de chimenea de La Cartuja que su abuela, siempre su abuela, le había regalado por Reyes junto a una caja con carbones e incienso.
- Ya nos podemos ir – dijo el niño tachando lo ultimo de la lista
- Pues avisa a mama y nos vamos
Mientras cerraba la maleta de su hijo pensaba en que sentiría al volver de nuevo, al repetir el viejo rito que abandono hace mucho y al que volvía por su hijo. Si no fuera por él seguramente no volvería en estas fechas, se iría de viaje con su mujer como tantas veces. Pero no pudo negarse cuando su hijo le pidió que le acompañara. Y en el fondo, aunque no quisiera reconocerlo, él quería acompañarlo.
- ¿Nos vamos? – su mujer y su hijo lo miraban desde la puerta
- Vámonos

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